El estigma y la discriminación existen en círculos de violencia. El estigma facilita o promueve actitudes y actos de discriminación. Desacredita socialmente a las víctimas, quienes quedan sometidas a reacciones adversas de hostilidad, favoreciendo la soledad y el aislamiento social.
En nuestras iglesias pareciera que todos gozamos de muy buena salud y andamos en niveles altos de autoestima. Muy pocas veces vemos en las celebraciones litúrgicas a personas que se movilizan en sillas de ruedas o que se apoyan en muletas. Por lo general estos hermanos o hermanas quedan en sus casas, como si la celebración fuera un espacio ajeno a quienes sufren alguna dolencia física o dificultad motora. Con respecto a las personas con VIH, la invisivilización suele ser más violenta. El VIH “no se ve”, por tanto “de eso no se habla”, el problema “no existe”. En este caso, el estigma y la discriminación se materializan en la negación y el silencio de la epidemia.
El vínculo del VIH con la sexualidad y ésta con los tabúes relacionados con el pecado y la culpa, hacen que se conforme una complicada madeja de desenredar. Sospechamos que el estigma y la discriminación por VIH tienen que ver con la idea de “conductas sexuales inmorales”, y estos prejuicios no pueden romperse en tanto y en cuanto haya silencio eclesial respecto del tema. La teoría del “castigo divino” no ha sido totalmente erradicada. Por eso, debemos difundir y vivir con fuerza al Dios del amor; ser muy explícitos en nuestro convencimiento de que Dios no disemina enfermedad y que ningún problema de salud es resultado del pecado.
Construir otra hermenéutica respecto a este tema es un aporte crucial para una teología inclusiva que conforte, anime y sostenga a quienes conviven con VIH, que en definitiva, somos todos y todas. El hecho de estigmatizar a las personas, por cualquier causa, es un pecado contra Dios Creador, quien nos creó a su imagen y semejanza. Estigmatizar a alguien es hacer a un lado la imagen de Dios en la otra persona y negarle a él o ella la vida en plenitud.
El apóstol Pablo nos enseña que “si una parte del cuerpo sufre, todas las demás sufren también; y si una parte recibe atención especial, todas las demás comparten su alegría” (1 Co. 12:16). Si la Iglesia está llamada a ser “un solo cuerpo”, el VIH-Sida no es algo ajeno a ella, todas y todos los seguidores de Jesús estamos llamados a involucrarnos.
Hay que reconocer, primeramente, que necesitamos ser sanadas y sanados del estigma y la exclusión. En esa línea se encaminan las jornadas de encuentro y reflexión que celebraremos con las hermanas y hermanos luteranos y de otras denominaciones en Costa Rica. Para la Federación Luterana Mundial (FLM) superar el estigma y la discriminación es necesario y urgente. Esperamos que los encuentros en San José aporten a la tarea de ser mejores iglesias, más proféticas, verdaderamente sanadoras e inclusivas.
Autor: Pastor Sergio López (Argentina).