Las iglesias luteranas de reciente formación en América Latina tenemos un trabajo futuro, en aras de profundizar lo que significa desde el punto de vista pastoral y teológico la confesionalidad luterana.
La iglesia en comunidad está llamada a vivir permanentemente reformándose, y a revisar su misión, a la luz de los grandes problemas que afligen la humanidad en el tiempo presente.
Resultaría muy sano que nos preguntáramos cómo lo hicieron los reformadores europeos en aquella época. ¿Cuáles son en nuestros días los pecados estructurales de la iglesia? ¿Cuáles de sus doctrinas y prácticas impiden a su comunidad de fieles atender los desafíos del evangelio?
La situación de nuestros pueblos, si bien se distancia mucho del momento de la Reforma, lo cierto es que hoy se viven situaciones de injusticia y explotación muy similares en los sectores más humildes de nuestros pueblos.
La pobreza en que viven millones de campesinos, pobladores urbanos, indígenas, migrantes, mujeres, jóvenes y niños; llaman a nuestras iglesias a dar una palabra de crítica y esperanza a la iglesia y a la sociedad, como lo hicieron los reformadores.
Debemos reconocer en la lectura de la Biblia que nuestro espíritu, (visiones, experiencias, etc) están presentes en la misma, y en la medida que reconozcamos ello, podremos dar espacio para que el “Espíritu de la Biblia” nos hable, y nos lleve a buscar las causas que promovieron tal pasaje o libro.
Sobre todo, estar dispuesto a dar testimonio de compromiso y obediencia, a esa causa de la cual Dios nos pide respuesta.
La invitación de Lutero a volver los ojos a las Escrituras, implica hoy, como señala Casalis, no quedarnos prisioneros en ellas para recitarlas ritualmente, es por el contrario un reto a entrar en ellas por la fe, a entender su mensaje siempre presente y futuro.
La confianza de que Jesús nos ha liberado, nos hace libres para buscar siempre la mejor forma de ayudar a estos sus: “... hermanos y hermanas más pequeños”. No tenemos que contentarnos con copiar literalmente los actos o prácticas que se dieron en tiempos de la Reforma en beneficio de los más débiles. En el ejercicio de la libertad en Jesús, podemos hacer más eficaces esos principios de acuerdo a las demandas y recursos de nuestro tiempo. Así, una nueva ética comunitaria mostrará que la justificación por la fe realmente es una liberación de gran envergadura y que nuestra libertad cristiana conlleva obras que, “ vienen del fondo del corazón”, para levantar signos del reino de Dios , en medio de nuestras hermanos y hermanas mas pequeños.
1.Democratizar los espacios de participación:
Si en el pasado la concepción del sacerdocio universal de todos los creyentes y de la Iglesia en Lutero abrió puertas, hoy esta perspectiva es de una riqueza incalculable.
Si retomamos hoy la transmisión y reflexión de la Palabra como eje central del quehacer de nuestras comunidades de fe, como un ejercicio crítico y renovador, estamos contribuyendo a democratizar y ampliar los espacios de participación de la feligresia (hombres, mujeres, jóvenes,etc).
Esto es ejercer de manera permanentemente en todos los niveles, el sacerdocio universal de todos los creyentes.
Reconocemos que las estructuras institucionales son necesarias, pero cuando se sacralizan, bloquean la acción redentora de Dios en el mundo.
Por ello, estamos llamados a recuperar el espíritu y práctica que forjaron nuestra tradición protestante, como explosión de energías creativas que tanto en la época de la reforma como hoy, nos llama a renovar nuestra fidelidad al Evangelio; a partir de los desafíos de la realidad en que vivimos.
La iglesia fiel a la fe que se confesó en los tiempos de la reforma, debe estar comprometida con un proceso de continúa reforma, que permita hacer de la naturaleza católica y universal de las enseñanzas de Jesús una realidad concreta, al asegurar que su Evangelio liberador, se encarne en todos los lugares del mundo que reclaman justicia y liberación.
El desarrollo de esa iglesia debe estar orientada y estructurada para una reforma continua, y podrá ser hoy una realidad en la medida que católicos y protestantes de diversas tradiciones, aportemos lo más rico de nuestra doctrina, liturgia y orden de la iglesia, es decir, todo lo que ha buscado representar fielmente a Jesucristo a lo largo de la historia, pero; para ser recreados, en respuesta a nuevas situaciones históricas que nos demandan trabajar juntos ecuménicamente.
2.Reto para la región:
Las iglesias luteranas de reciente formación en América Latina tenemos un trabajo futuro, en aras de profundizar lo que significa desde el punto de vista pastoral y teológico la confesionalidad luterana.
En la práctica, esto conlleva a que se identifique como luterana una obra con determinado tipo de liturgia o ritos sacramentales, olvidando el hecho fundamental de que la confesionalidad luterana es hacer realidad las enseñanzas de Jesús, procurando que el Evangelio se encarne en todos los lugares del mundo, para adelantar la presencia del Reino en un mundo de tanta injusticia.
Estamos llamados a releer el luteranismo desde nuestras experiencias y contextos, a fin de recuperar el espíritu de la reforma y construir criterios o pautas que hagan que el quehacer luterano no se quede atrapado en personalismos denominacionales o en un catolicismo-romano o pentecostalismos oportunistas.
Nuestro quehacer debe ser el producto una práctica comprometida de vivencia de la fe y la reflexión sistemática y profunda en el marco de la “Teología Luterana Contextualizada” y en la libertad a que nos llama el Evangelio.
Debemos posibilitar que mujeres y hombres humildes con su experiencia de vida y compromiso tomen la palabra, como actores y actoras de este proceso y se conviertan en sujetos activos en la construcción de un nuevo proyecto de vida, encarnado en la realidad de los desafavorecidos y excluídos de esta sociedad.
La creatividad y criticidad deben ser el ingrediente que permita remozar y adecuar nuestras formas de vivir la fe, en los rituales sacramentales, en los cultos dominicales, en nuestro queehacer diacónico; para que cada vez sean una expresión más genuina de la identidad cultural y las raíces histórico culturales de las diversas comunidades cristianas.
Bajo esta perspectiva, seremos más fieles a Lutero, Calvino y otros que han moldeado nuestro pasado, no para repetir lo que dijeron e hicieron , sino para retomar el espíritu que animó sus vidas y escritos para responder de una manera creativa, crítica y comprometida, a los retos que se nos presentan hoy.