La Iglesia Luterana Costarricense llevó a cabo en sus Oficinas Centrales una liturgia conmemorativa del Día de la Reforma Protestante. La lluvia fue el telón de fondo de un bello tiempo de encuentro y reflexión en cuanto a nuestra herencia cristiano-luterana, y el desafío de ser una iglesia atenta a los signos de los tiempos.
Las palabras de bienvenida por parte del Coordinador del Cuerpo Pastoral, obispo emérito Melvin Jiménez, fueron una exhortación a aprender de la historia eclesial de la Iglesia Luterana Costarricense (ILCO). Un testimonio de acompañamiento a los sectores marginalizados en sus luchas por una sociedad justa e inclusiva. A lo largo de su historia la ILCO se ha caracterizado por ser una iglesia en reforma permanente que establece signos del Reino de Dios.
La liturgia oficiada por el pastor Erick Umaña se caracterizó por la centralidad del componente musical. El pastor Julio Melara y el Dr. Mario Alfaro acompañaron musicalmente la velada con cantos que transmitían nuestra identidad cristiana luterana y latinoamericana. Al confluir en la liturgia actualizamos nuestro “andar en comunidad” que desarrolla la misión integral en el contexto costarricense. La comunidad de fe participó con devoción en la Eucaristía, de la comensalidad de mesa que es símbolo de inclusión, solidaridad y paz que nace de la justicia. De esta forma la presencia de Jesús el Cristo alimenta la misión de esta “iglesia sin paredes”.
Con base en la epístola de Romanos 3: 19-23, y el Evangelio de Juan 8: 31-36, el pastor Carlos Bonilla compartió una profunda reflexión sobre los acontecimientos que propiciaron la Reforma Protestante del siglo XVI, y los fundamentos bíblico-teológicos que la sustentaron. Hizo una actualización de los principios de Solus Christus, Sola Gratia, Sola Fide, Sola Scriptura, y el Sacerdocio de todas las personas creyentes en tanto bautizadas. Asimismo señaló la importancia de la libertad cristiana, y la noción de la Iglesia reformada siempre reformándose.
El pastor Bonilla inició su sermón con la sentencia, “la Reforma no es pasado, debe ser actualidad; no es un libro cerrado. Son mil páginas por llenar”. El principio ecclesia reformata, semper reformanda que heredamos nace con el cuestionamiento de Martín Lutero al sistema católico-romano de la llamada Edad Media. La muerte omnipresente en la vida medieval representaba la puerta de entrada al purgatorio o al infierno. La Iglesia de ese entonces aprovechaba ese miedo manipulando la fe mediante el fardo de doctrinas y normativas religiosas. Artificios como la venta de indulgencias fueron especialmente útiles. La compra del “tesoro de indulgencias” permitía a las personas atenuar los temidos sufrimientos en el “más allá”. El contubernio entre la Iglesia y los grupos de poder, de la estratificada sociedad medieval, mantenía a ciertos sectores en la cima de la pirámide en perjuicio del pueblo llano y sufrido.
En ese contexto, Lutero descubre en los textos bíblicos la justificación por la Gracia mediante la fe. Dios no requiere las obras y méritos humanos, o el auxilio del sistema sacramental administrado por la Iglesia para justificar su amor a los seres humanos. El amor de Dios libera a la persona del ensimismamiento y el miedo. Nos libera para servir al prójimo y sustentar la vida. Esta libertad le brindó a Lutero, y a los demás reformadores, la fuerza necesaria para llevar adelante transformaciones en la iglesia y la sociedad teniendo como faro los principios evangélicos. Ese espíritu profético y reformador es el que acompaña hoy día a la Iglesia Luterana Costarricense en la misión de ser Cuerpo de Cristo que anuncia y vive el Reino de amor y justicia.